miércoles, 9 de julio de 2008

Falling Inside The Black

'No puedo', repetí yo, cansado de que mis inútiles esfuerzos no diesen resultado, exhausto porque la vida se empeñaba en manejarme como a una marioneta.

'Cállate', resonó su voz, fría como el hielo. 'No sé cómo durante un tiempo pude creer en ti, no sé ni cómo se me pudo pasar en la cabeza confiar en tus posibilidades. Como siempre, demuestras constantemente debilidad, en todos tus actos, incapaz de poner soluciones, únicamente masturbándote con tu dolor...'

'¡Mentira!¡No quiero seguir escuchándote! Es muy fácil dar consejos cuando no tienes que aplicártelos, ¿verdad? ', repliqué, deseando que esa voz expirara.

'¿Ah sí? Tú qué sabes de mí... Ni siquiera te has parado a pensar en ti mismo... Si no te conoces a ti mismo, ¿cómo pretendes conocerme?'. Durante unos instantes, no supe que contestar, pues la verdad me atravesaba como una aguja...

'Yo nunca gocé de salud para conquistar mis horizontes, necio', continuó él. 'No puedes dar pie a tu impulso espiritual si tu cuerpo actúa como una cárcel'.

'No te necesito, Friedrich. Todo lo que he conseguido desde que sigo tus consejos ha sido sufrir...'

'¿Te has parado a pensar lo que hubieras sufrido sin hacerme caso? El problema es que eres incapaz de actuar por ti mismo, todavía eres esclavo de la masa, del rebaño que condiciona tu mente y aplaca tu alma... Sólo eres un cobarde, con delirios de grandeza. La grandeza no se hace, se lleva en la sangre. Hasta que no tengas este sentimiento, hasta que no sepas que puedes superar todo aquello que se te presente, serás un inútil. La aristocracia, la sangre noble es arrogante porque es capaz de sentir a sus enemigos como inferiores. ¿Olvidas que únicamente se odia a aquello que está por encima de nosotros, que solo lo envidiable puede ser despreciable? Ni siquiera olvidas, pues nunca lo supiste. Me das asco. Hasta nunca.'

'¡No!¡Friedrich!¡Vuelve!' , grité y grité, viendo como su figura se evaporaba en la oscuridad y se fundía con ella. Y con la oscuridad vino el miedo, la soledad. Mis ojos no conseguían acostumbrarse a la penumbra, y mi piel no podía soportar el frío que inundaba la sala. Lo único que hacía desaparecer esa sensación eran las abrasadoras lágrimas que recorrían mi cara. Me cerré sobre mis rodillas, sentado en el suelo, respirando, aferrándome a cada inspiración como si fuera lo único que me quedara... y cerré los ojos...

'¿De verdad no tienes nada? ¿Qué pasa, tú no eres nada?' Me repetía a mí mismo en sueños. Algo me dijo que debía levantarme, quizá aquello que llamamos instinto. Y grité con todas mis fuerzas.
'Mientras mi yo subsista, mientras siga siendo libre, no pereceré.'

Él apareció en la oscuridad, y me sonrió como un maestro sonríe a su pupilo cuando progresa en su actividad. 'Veo que todavía te queda un poco de amor propio. Acércate, rebelde.' Susurró con voz pausada mientras me tendía la mano.

'¿Todavía seguimos siendo...?'

'Socios, sí.'- me cortó aquel hombre, enchido de orgullo.

Cuando le di la mano, la aferró fuertemente entre sus dedos. Él comenzó a reír, y yo le acompañé, rompiendo nuestras carcajadas el silencio de la noche.