jueves, 1 de noviembre de 2007

Nocturnal Romance

Las notas de aquel piano hiceron eco por todas las paredes de la iglesia del cementerio, como fantasmas desperezándose ante el nacimiento de la noche. Era una música, triste, melancólica, despedida de las últimas horas de aquel día treinta y uno de octubre. Entre la amargura de los sonidos se escuchaba el tímido sollozo del joven que estaba tocando. Las lágrimas resbalaban por sus pálidas mejillas y, finalmente, parecía que se reían de su lamento cuando caían y jugaban entre las teclas del instrumento.

Solo intentaba recordar. Cómo sucedió. Por qué sucedió. Odiaba su mísera existencia, pero sabía que había emprendido un viaje sin retorno, que le alejaba cada vez más de su anhelo más profundo.Un dolor punzante sacudió sus sienes. Volvió a ver sus ojos, en su mente. Pero la imagen desapareció como las ondas en el agua. Detuvo sus dedos y la melodía dejó de sonar.

Una adolescente morena se arrodilló ante la lápida. Depositó unas rosas, y retiró las flores marchitas que reposaban sobre la fría piedra. El rojo aportaba una nota de color en aquel gris y silencioso mar de muerte. Cerró los ojos. Axel Valantine (1799-1816). Todavía podía contemplarla entre la oscuridad de sus párpados. Finalmente se puso en pie. Comenzó a caminar entre las olas de ese mar de cadáveres. La caducidad del cuerpo, el poder de la muerte que siega las almas y las convierte en polvo. Sus pasos gimieron en la fría escalera del campanario. Atravesó el umbral de la puerta y su vestido negro rozó el metal de las campanas. Cuando subió a la barandilla, el viento gélido agitó su pelo y su ropa, mortaja de vida, presagio de final. Un paso al frente. Los helados vientos traspasando su fina piel como cuchillas, la velocidad desgarrando su rostro al igual que un chirrido corta el silencio. Un ruido sordo. La noche se rompió en mil pedazos. Solo seis minutos después doce campanadas hacían realidad el suicidio de un ángel negro.

Despertó suavemente, acunada por las notas de un piano, que susurraban en el cementerio palabras de paz. Le dolía un poco la cabeza, estaba aturdida, pero ahora se sentía viva. La melodía hacia que sus piernas se moviesen solas, una atracción incontenible la hacía acercarse cada vez más al instrumento que la cantaba. Atravesó la puerta de una iglesia. Y le vio. Se acercó despacio. No quería interrumpirle. Besó su cuello y el joven desafinó.

-¿Me esperabas? - preguntó la joven.

-No. Te echaba de menos. Pero ahora ni siquiera la muerte podrá separarnos.

Feliz Noche de los Difuntos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es genial! Me han encantado los cuentos, pero este es super precioso!!!
JO, niño, eres un descubrimiento! No te importa que me convierta en tu lectora?
MUAK