
Todavía le quedaban tres oscurros corredores por recorrer y luego debía girar hacia la izquierda. Allí la encontraría. El sudor le resbaló por la frente y el cansancio comenzó a hacer mella en sus piernas. Pero debía seguir adelante si quería saber la verdad. Así que intentó caminar más deprisa, intentando silenciar al máximo sus movimientos, para no despertar a los agustinos.
Por fin se alzó ante él la entrada al baluarte de la sabiduría. Aquella mezcla de emoción y de paz hizo que relajara por un momento los dedos de su mano izquierda. El candil resbaló y cayó al suelo con el estrépito que hace un trueno al rozar la tierra. Guillermo se detuvo en seco y trató de apagar el cirio con el pie, sin hacer ruido. Fue entonces cuando escuchó una voz grave al otro lado de la antigua puerta de la biblioteca.