sábado, 12 de abril de 2008

Liberado

Alcé mi vista con una mirada encolerizada. A pesar del dolor y de las náuseas me sentía embriagado de poder, como si mi sangre corriese más deprisa por mis venas. Las cadenas tiraban más y más fuerte.

'¡Os odio!' Grité arrancándome las cadenas que sujetaban mi brazo izquierdo. El suelo se tiñó de un reguero de color carmesí. Apreté los dientes intentando olvidar aquella sensación. Entonces un sonido retumbó en toda la habitación. Una decena de cadenas enormes y pesadas se dirigían hacia el brazo que acababa de liberar para intentar sujetarlo.

'No te desesperes. Sentí la voz en mi interior. 'Recuerda que es mejor morir en pie que vivir arrodillado'.

'No lo hago... solo intento...'

'Hazlo o no lo hagas. Pero no lo intentes', siseó aquel yo oscuro.

Y ahora multitud cadenas se abalanzaron sobre mi rostro para sujetar mi lengua y mis labios. No. No me arrebatarían la fuerza de la palabra.

'Dios ha muerto' Los grilletes de mi boca se rompieron en mil pedazos ante aquella blasfemia. No era solo fuerza física. Lo más importante para salir de aquel mar de desesperanza era la fuerza del espíritu. Confianza, firmeza, determinación, orgullo, nobleza, altivez. Sangre aristócrata. Voluntad de poder.

'Únicamente los débiles se niegan a luchar contra su propia vida. La vida es trágica. Pero es lo único que tenemos. Tan solo es un breve paréntesis entre la nada y la nada. Y tengo claro que no quiero servir más a la nada. No quiero ser paciente. Quiero ser danza, devenir y desenfreno. No quiero ser compasivo. Quiero ser tramontana, tempestad, una fuerza implacable. No quiero ser piadoso. Quiero venganza, si es necesario, pero no rencor. Quiero orgullo, soberbia, suficiencia y determinación. No humildad. El gusano se retuerce y se dobla. Cosa que le conviene, pues reduce la posibilidad de ser pisado otra vez. Dicho en el lenguaje de la moral: humildad. Yo no quiero retorcerme ni doblarme. Yo quiero poder. No para dominar. No para sufrir. El poder material es demasiado simple. Quiero tener el poder de vivir.'

Con todas mis fuerzas resquebrajé los eslabones que aún me controlaban. Me sentía el rey de la selva, el dueño de mí mismo, un rugido implacable, el rugido de un león. Mis músculos se tensaron. Mi piel se desgarraba y mi vista comenzaba a nublarse por el dolor. El amargo tacto de la sangre tibia. Y la marejada de cadenas que avanzaba se detuvo, cayendo al suelo con un enorme estruendo.

Caía. Caía sin remedio. Caía hacia el silencio, hacia la negrura. Hacia la nada.

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