viernes, 11 de mayo de 2007

El mercado competitivo

La esperanza no existe. El mundo es de los poderosos, los ricos, los guapos y el tráfico de influencias. Nadie da nada por nadie, no puedes creer en la buena fe de las personas, porque siempre estará determinada por una sociedad que les ata y les mata.
Esta es la sociedad competitiva que han creado las estúpidas teorías del liberalismo, en las que no eres nadie si no tienes dinero o poder, una cara bonita o un buen culo que enseñar.

El amor, la amistad se compran y todo se mueve por intereses aunque no los conozcamos o no tengamos noticia de los mismos.

El ser humano no es digno y tiene que resignarse a ello. Nadie es digno con nadie; pues la política, la amistad y todos los valores que desde niños nos han inculcado son simplemente un mercado competitivo en el que cada uno ofrece sus cualidades, y el resto demanda unas características. La mano invisible es un gancho que toma una a una a las personas y las coloca en un lugar, en un papel dramático que tienes que aceptar para ser feliz. Así se regula la vida. Así se regula el mercado. Si te ha tocado ser pobre, serás pobre. Te jodes. Si eres infeliz, no importa; se encargarán los demás de que esa infelicidad aumente. Si trabajas más de tu capacidad, nadie agradecerá nada, es mejor ser un incompetente y aceptar las normas.

Esto es lo que ocurre cuando sueñas, y despiertas en un mundo absurdo. Caes y te levantas cuando el mundo se te hecha encima. Cada día intentas cumplir tus sueños, creer y refugiarte en el castillo de la esperanza, que no es más que la negación de la realidad. Te das de bruces con ella. Minuto a minuto. Hasta que llega un momento en el que no tienes fuerzas para levantarte de tu lecho, tienes miedo a darte de bruces contra la fría melancolía de un tiempo pasado que fue mejor que éste. Temes el paso del tiempo, la fugacidad de la vida y la muerte. La vida no te sonríe, te observas en el espejo, no te gusta aquello que miras. Entonces, te das cuenta de que nada tiene sentido.

Pero es cierto, soy feliz. O por lo menos lo intento. Porque soy un cobarde que se niega a creer lo que afirma con palabras.

Como abono para tu campo de trigo, sembrado de pesimismo.

1 comentario:

Birlo dijo...

Lo mejor que te he leido