lunes, 3 de septiembre de 2007

El Columpio

Definitivamente, hoy no había sido un buen día. Había tenido que escribir un artículo para el periódico del día siguiente a última hora y estaba cansado. Saliendo de la oficina, pensaba en el café caliente que me iba a tomar para sacarme aquel frío invernal de los huesos. Después de eso me acostaría para descansar de una dura jornada de trabajo. Cogí el coche y recorrí las poco transitadas calles parando absurdamente en todos los semáforos.

Justo antes de llegar a casa, una sombra se cruzó en mi camino y pegué un frenazo de golpe. Bajé del coche para comprobar que no había atropellado por mi descuido a un perro o a algún animal pequeño. Pronto, me percaté de que había parado junto al parque que estaba cercano a mi casa, un lugar que, tan solo iluminado por la luz de las farolas, tenía un aspecto lúgubre.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando el viento hizo chirriar los columpios de aquel lugar de recreo. Sentía que no debía estar allí, pero por otra parte tenía un deseo irrefrenable de acercarme cada vez más a esos columpios, para intentar autoconvencerme de que era tan solo la brisa nocturna la que marcaba ese compás.

Sin embargo, sobre el sillín de aquel columpio estaba la figura de un niño de unos seis años que me miraba inocentemente. Estaba pálido y tenía los ojos grisáceos, demasiado carentes de vida para un niño de su edad

- ¿Qué pasa, te has perdido?- pregunté preocupado, al observar su aspecto.

- Juega conmigo - imploraba el niño.

- ¿Cómo te llamas?

- ¿No quieres jugar conmigo? - balbuceó el niño, ignorando mi pregunta.

- ¿A qué quieres jugar? - dije resignado.

- Solo quiero que nos columpiemos juntos.

Así pues, me senté en el sillín que estaba a su lado y comenzamos a movernos a la par, hacia delante y hacia atrás. El aire de la noche conseguía refrescarme y relajar mis sentidos. Todo marchó bien hasta que sentí que mi columpio estaba fuera de control. Me estrellé contra el suelo dándome un enorme golpe en la cabeza que me dejó incosciente.

Desperté poco tiempo después, pues apenas habían pasado diez minutos por mi reloj. El niño había desaparecido. La causa de mi caída fue el mal estado del columpio, que se había desatornillado. Miré a mi alrededor. Silencio tan solo quebrado por el chirriar de las cadenas de aquel solitario columpio que había quedado intacto. Estaba saliendo ya de aquel parque cuando oí el lamento de un niño. Me di la vuelta, al darme cuenta que la voz era la misma que la del chico de antes. Sentado en un banco, se cubría la cara con sus manos mientras lloraba desconsoladamente.

- ¿Qué te pasa? - pregunté.

- No has querido jugar conmigo - murmuró el niño.

No me dio tiempo a contestar, pues el niño retiró los dedos de su rostro. Lágrimas de sangre recorrían sus mejillas y manchaban su mandíbula mientras susurraba:

- Quiero que te quedes aquí y juegues conmigo para siempre.

Mi corazón dio un vuelco y sentí que debía correr hacia mi coche, que estaba tan solo a unos metros de distancia. No miré hacia atrás, agarré el volante para pocos minutos después entrar en el garaje de mi urbanización. Nada más entrar en mi piso, noté que necesitaba ir al baño para vomitar. Cuando ya me encontraba un poco mejor me dirigí hacia mi salón. Sentado en el sillón, decidí fumarme un cigarro para intentar relajarme.

Comencé a pensar en todas aquellas historias de fantasmas en las que nunca había creído, y en los motivos por los que los muertos permanecen en el mundo de los vivos. Llegué a la conclusión de que debía llamar a la policía local. No para contarles mi caso, sino para informarles del mal estado de los columpios de aquel parque. Después de hacer la llamada, quedé más tranquilo y di una última bocanada al cigarrillo que reposaba en el cenicero. Cerré los ojos y me recosté en el sillón, quedando profundamente dormido.

Definitivamente, no sé si aquella llamada ayudó a que aquella alma descansara en paz, no logro entender por qué el fantasma de aquel niño intentó arrastrarme hacia el final que él había sufrido, lo único que tengo claro es que todavía un escalofrío me recorre la espalda cuando oigo el chirriar de esos columpios.

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