domingo, 2 de septiembre de 2007

La Vista de un Ciego

Paseaba con la vista al frente, hacia la oscuridad. Palpaba temeroso a mi alrededor. Carente de vista, intentaba orientarme por el resto de mis sentidos. Primero por el oído. Pero tan solo escuchaba el pitido seco y monótono de un aparato electrónico. Acto seguido, el sonido se detuvo.

Seguí hacia adelante. Una vitalidad sobrenatural me impulsaba hacia delante, si no continuaba la oscuridad quemaba mi corazón como las llamas devoran la carne. Poco a poco empezaba a sentir, podía palpar los objetos.

Mis dedos rozaron algo con tacto frío y liso como el hielo. Tropecé y caí al suelo. Noté como la hierba acariciaba mi cara y como la tierra húmeda manchaba mis pómulos. Froté mis mejillas con los dedos. La mortecina frialdad de mis manos se extendió por el resto del rostro.

Había tragado algo de tierra. Y en el fondo de la garganta se dibujó un gusto amargo y áspero. Metálico. Sangre. El sabor de aquella grava estaba mezclado con el nítido de la sangre. Tosí para expulsar esa sensación tan desagradable.

Cada vez me pesaban menos los párpados. Oía el lamento desesperado de una mujer. Intenté acercarme a ella para consolarla, aunque todavía no podía ver nada. Al poner mi brazo alrededor de ella un chasquido me sobresaltó. Los golpes eran cada vez mas uniformes y el llanto no cesaba. Conseguía ver algo de luz y distinguía con dificultad una figura que parecía estar trabajando la tierra. Olía a rosas frescas.

Como veía que mis acciones no servían para ayudar a aquella señora decidí tumbarme en la hierba. Caí en un sueño profundo.

Un ladrido repentino me despertó. Me puse de pie con cuidado, todavía adormecido. Entonces descubrí que ya podía ver. Un mar de lápidas se dispuso ante mí. Un cementerio. ¿Qué hago yo aquí?, pensé. No hizo falta respuesta. Solo bastó con ver una losa de piedra con mi nombre escrito en ella.

No hay comentarios: